“Mingo, ya es hora, busca a doña Ana”.
Por: Kiara Meléndez Montalvo |
Era una tarde de viernes cuando me encontré con doña Juana Centeno una mujer de unos ochenta y uno años de edad. Estaba esperándome en el balcón de su casa muy dispuesta a ayudar. Una mujer muy amable a pesar de que era la primera vez que nos veíamos y con su mente muy lúcida. Todavía está en ella aquellos recuerdos de hace tanto tiempo. Puedo decir que hasta un tanto jocosa al contarme algo de su vida personal. Todavía vive en el mismo barrio que la vio nacer, el barrio Arenas de Utuado. Junto a mí se encontraban dos de sus nietas muy atentas al relato y preguntonas, pues esto es algo que no se escucha a menudo. Así que quiero compartirles lo que de allí salió con su consentimiento.
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“Mingo, ya es hora, busca a doña Ana”. Estas palabras apenas se escuchan hoy día y es que la señora Juana Centeno le indicaba a su esposo que era el momento de buscar a la comadrona. La comadrona era quien ayudaba en la labor del parto a la mujer. Para los años 1952 esto era muy común en el barrio Arenas de Utuado donde doña Juana tuvo su primer hijo. Estas mujeres estaban preparadas para cuando llegara el marido o algún familiar de la embarazada irse con ellos. La comadrona era en ese momento como decir el ginecólogo ahora, pues se encargaba de que el bebé llegara sin ningún riesgo. Obviamente la labor del médico es mucho más amplia y sus conocimientos y estudios en esta y otras áreas relacionada a la mujer es mayor. Pero, sin embargo, a pesar de que la comadrona no tenía un título como las que atendieron a doña Juana si podemos destacar que eran muy efectivas para su labor. Dios les regaló a estas mujeres un gran don. Aun cuando el niño venia fuera de posición ellas con sus masajes o los llamados sobos hacían que llegaran a su lugar. El trabajo de la comadrona quedaba allí pues simplemente se encargaba del parto. Solo llevaba consigo instrumentos para cortar el cordón umbilical y pesar al niño. Al momento de terminar no cobraba. Simplemente se le daba algo de dinero y por lo general se le regalaban gallinas y verduras. Esto era suficiente para ellas. Estas no regresaban a la casa hasta un nuevo parto.
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La señora Centeno tuvo siete hijos de los cuales seis fueron con la ayuda de dos comadronas, Claudia y Ana. Los embarazos transcurrían con normalidad para esta mujer que nunca visitó a un médico. Mucho menos tomó algún tipo de medicamento. Todo fue tan normal que en uno de los parto y poco antes se fue al rio a lavar ropa para dejar todo limpio. Luego del parto descansaba lo normal. No era como otras mujeres pues me cuenta doña Juana, que algunas estaban la cuarentena con muchos cuidados como, por ejemplo, sin lavarse el pelo todo ese tiempo. La comida no era abundante así que se comía lo que hubiera antes y después del parto.
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El proceso del parto era uno rutinario para estas mujeres. Todo pasa en su propia casa en su cuarto. Se ponían sabanas en la cama y era allí precisamente donde se daba el alumbramiento. Luego de terminar le entregaban al bebé para amamantarlo o darle la teta como ella misma me indica. La vida seguía normal y no se llevaba al niño como hoy día a un pediatra para examinarlo de arriba abajo. Las cesáreas no existían. El parto tenía que ser de forma normal, pero a pesar de esto no se escuchaba que había, según ella, muertes a causa de un mal parto.
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