La gente de caserío

Entrevista al Sr. Edwin David Molina Figueroa

Por: Dollyanne M. Resto Rosario

¿Nunca te has preguntado cómo vive la gente en un residencial? ¿Por qué viven ahí? ¿Cómo llegaron ahí? ¿Cómo son tratados por la sociedad? ¿Cómo son vistos por la sociedad? ¿Si son marginados por ésta, o si son la mayoría de nuestra sociedad puertorriqueña? De primera, los caseríos o residenciales antes se llamaban “arrabales” y estos eran vistos por las clases privilegiadas como “el crimen y la enfermedad”. En estos arrabales vivía el obrero, antes llamado el jibaro que emigraba del campo a la ciudad. El Residencial Enrique Catoni de Vega Baja se compone de 20 edificios, los habitantes son carismáticos, (no te miran de reojos) sus alrededores están limpios y te da la impresión de un ambiente familiar saludable, normal. Es muy curioso que las personas que viven fuera del residencial digan que “allá es otro mundo, el bajo mundo, gente mala, etc” pero de hecho es todo lo contrario. Son muchas las preguntas que nos podemos hacer acerca de este tema y las respuestas serán sorprendentes.

El Sr. Edwin David Molina Figueroa conocido como “Kiki” me presentó otra cara muy distinta del Residencial Catoni en Vega Baja. Mientras transcurría la entrevista pude notar que el estereotipo de los residenciales implantado por la sociedad es falsísimo. Mi perspectiva de ellos iba cambiando con cada palabra dicha del entrevistado. Sin embargo, siempre me recalcó que “hay de todo, como en todos los lugares” Edwin, como me dijo que le llamara, es un obrero de 59 años de edad. Nació el 3 de noviembre de 1954 en Vega Baja. Un señor simpático, que al verle, me percaté que era ciego. Con mucho cuidado y debo admitir con más curiosidad que cuidado, le pregunté acerca de su ceguera. Este amablemente me contestó: “Herencia que dejó Molina” (refiriéndose a su padre) “Padezco de glaucoma, perdí la vista en el 2005”

Le pregunté que si tenía algún conocimiento de quien fue “Enrique Catoni y me respondió “Él era un comerciante, y agricultor, pero no sé mucho de él”. Cuando le pregunté en que hospital nació, vaciló y respondió: “Yo nací aquí, una comadrona ayudó a mi mamá y me tuvo aquí en este apartamento” De inmediato supe que ha vivido toda su vida en el residencial. Le pregunté el nombre de sus padres y de donde vinieron y este contestó: “Mi mamá se llamaba Petra Figueroa y mi papá Pedro Molina, ellos llegaron aquí con la mayoría de la gente de un sector llamado “La Pica” que hoy en día le dicen “Alto De Cuba” Describió dicho sector como un lugar que, no tenía carreteras, las casitas eran de madera, cartón y latón. No recordó el año en que los padres llegaron al residencial, pero, me recalcó que ha vivido toda su vida en éste y que su mamá vivió 52 años en el residencial. Edwin en sus años de juventud jugaba “pelota” (baseball), me enfatizó estos años con mucha alegría. De hecho fue interesante saber que de este residencial salieron muchos deportistas como: Moisés Navedo, Joaquín Quintana, Héctor José Valles, Ígor Gonzales, Iván Rodríguez, Candente Padilla, entre otros. Como dije anteriormente, Edwin enfatizó lo importante que fue el deporte para él. En el 1963 se integró a la Doble AA de beisbol en Vega Baja. Sufrió un desgarré en la rodilla y como consecuencia de ello, se retiró en el 1983. Relata que en el 1973 llamaban a Vega Baja “La cuna de los campeones” (en el beisbol) cuyos peloteros (la mayoría) vivían en el residencial.

Le pregunté acerca de las diferencias del caserío de antes y el de la actualidad, a lo que rápidamente respondió: “La variación no es tan grande. Realmente este caserío es tranquilo, siempre ha sido así, pero cuando nosotros nos criábamos se fomentaba más el deporte. Aquí se crió Ígor Gonzales y otras tantos más deportistas exitosos.” Le pregunté acerca de sus hijos y para mi sorpresa contestó: “Vivo con mi hija, y de los que he reconocido, cuatro.” Añadió, que para esa época los peloteros tenían fama de estar con muchas mujeres. Le pregunté si hay problemas en la comunidad y contestó: “La gente tiene un concepto erróneos de los residenciales... que es como todo, donde quiera hay problemas, hay bueno y malo donde quiera.” Le pregunté sobre las “guerrillas” y me contestó que si de haber alguna, seria con el pueblo de Manatí (no especifico residencial). Mientras daba la entrevista, observé los alrededores del apartamento y me percaté que éste se compone de 2 cuartos, sala, baño, cocina y comedor. En fin, un cómodo lugar para vivir. Le pregunté que si le gustaría mudarse a lo cual contestó con mucha sutileza, “yo camino por aquí como si viera y me gusta vivir aquí” y entre risas me respondió, “no.” Después entramos a temas más serios, como, el “desahucio ejecutado” que está enfrentando. Dilema que según él, lo encuentra “injusto e inhumando” Dice que con la muerte de su mamá, el 26 de agosto del 2007, el Departamento de Vivienda no le quiso reanudar el contrato de arrendamiento por problemas legales que tenía en esa época. Alega que lleva más de 6 años pidiendo que le den el contrato, y le indigna dicha situación. Recientemente el entrevistado llevó esta información a las noticias.

Edwin dice que vivir en el caserío no es nada del otro mundo. Que como en todos los lugares esta lo bueno y lo malo. Sin embargo, le entristece ver como la juventud se va perdiendo. Según él, el deporte es algo esencial y es una manera informal de educar a la juventud puertorriqueña. La práctica del deporte enseña valores y disciplina. “Valores”, dijo, “que se están perdiendo.” Está consciente de como la sociedad de hoy en día ve a los habitantes de residenciales públicos. Algunos los catalogan bajo la etiqueta del vago, otros de mantenidos. Él no acepta dicha descripción como verdad absoluta, porque de los residenciales han salido personas exitosas y productivas para la sociedad, como maestros, abogados, jueces, escritores, periodistas etc. Como en cualquier urbanización privada puede haber un delincuente o “drug dealer” también en los residenciales hay este problema.” Más bien es un problema sociológico si lo miramos de esa perspectiva.” Añadió, que todo está en el estereotipo de la “gente de caserío”.

Estando en pleno residencial, de hecho, primera vez que entro a uno, vi la humildad de la gente, y la solidaridad que hay en ese ambiente. Ignorados por muchos, marginados por otros tantos. Son personas con mucho potencial para ser productivas, pero el gobierno y su estrategia de controlar la masa puertorriqueña, conlleva a que a éstos no les den la educación correcta. Y digo correcta porque a veces la formal no es la más eficaz. Entiendo que ahí está la clave para romper el estereotipo y los prejuicios que los residenciales enfrentan. Lo fundamental está en la educación. Es necesario despertar las conciencias de que un cambio es posible.

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