Una experiencia enriquecedora…
Por: Osvaldo B. Rullán Cruz |
Con el pasar del tiempo, a tono con las exigencias de producción de la era posmoderna, nuevas técnicas agrícolas han venido a sustituir algunas de las costumbres más antiguas en este campo. Sin embargo, la memoria de nuestros abuelos rescata y revive las prácticas de antaño. Una de ellas, que data de más de un siglo, recibe el nombre de ahoyados de minas. Quienes han escuchado este término sobrepasan, en su mayoría, los 70 años. Pero no todos cuantos lo han oído mencionar conocen, en realidad, de qué se trata.
Como prueba de lo anterior, me di a la tarea de preguntar a tres personas –de 76, 78 y 79 años, respectivamente –, pero las primeras dos no tenían claro en qué consistía dicha técnica de cultivo, a pesar de que sí habían escuchado sobre ella. En cambio, el tercer individuo, Pedro Matos Ripoll, me pudo ofrecer detalles al respecto. Nacido el 28 de septiembre de 1933 en una familia de tradición agrícola, don Pedro se mostró muy entusiasmado de compartir sus conocimientos conmigo.
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De hecho, antes de proceder a aclarar mis interrogantes sobre el tema, manifestó gran sorpresa y alegría al ver cómo un joven se interesaba por la mencionada práctica. Su disposición fue tal, que no solo me narró acerca de las destrezas y los métodos utilizados, sino que, además, me enseñó cómo se trabajaba la tierra.
Me explicó que los ahoyados de minas eran rectángulos cavados en la tierra, que medían 20 pulgadas de profundidad, 18 pulgadas de anchura y 24 pulgadas de longitud. Cada uno de ellos guardaba una distancia de 6 pies respecto del otro. Se construían en filas, separadas por un espacio de 2 a 4 pies. Luego, cada hueco se rellenaba con composta, un material orgánico desnaturalizado casi en su totalidad, preparado a partir de residuo animal, vegetal o una mezcla de ambos: los montones (De hecho el mayor secreto de Matos es esperar que la composta este curada ‘’Composta desnaturalizada’’. Finalmente, se esparcían semillas alrededor de cada rectángulo.
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Matos me describió tres clases de cultivo, diferenciadas únicamente por el tipo de siembra, no por la estructura de los ahoyados de minas, la cual se mantenía invariable. Cuando se sembraba el mismo producto en todo el terreno, se hablaba de monocultivo. De otra parte, se le llamaba cultivo intercalado a la siembra de varios productos en cada rectángulo. Por último, un cultivo diversificado se lograba al segmentar la pradera de ahoyados de minas y colocar un producto específico en cada una de las divisiones.
Al aprender sobre tales métodos, tan cuidadosamente trabajados, no pude evitar una comparación con las prácticas vigentes, que se han impuesto sobre las primeras. Así, durante la conversación, me surgió la siguiente inquietud: “¿Cuáles son mejores, rinden más y dan mejores frutos?” “Muchas de estas nuevas técnicas son más eficientes y dan mayor rendimiento por los fertilizantes que se usan. La producción de antes por la planta era menor, pero era más saludable” –me contestó don Pedro.
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En fin, mi experiencia al entrevistar a tan sabio agricultor fue muy enriquecedora. Por tanto, sugiero a todos los interesados en este tema que se animen a hablar con personas como Matos Ripoll, cuyos conocimientos pueden resultar de gran utilidad en el desarrollo de diversas técnicas de cultivo. Considero que urge una colaboración entre los agricultores de ayer y de hoy, de modo que, a la par con el aumento de producción, se obtengan cosechas de alimentos más beneficiosos a nuestra salud.
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