“¡Ay mija, si te cuento!” dijo Doña Lulú
Entrevista a Doña Lydis Maldonado
Por: Jerianne Reyes González |
¡Ay mija, si te cuento! dijo Lydia Maldonado más conocida como Doña Lulú, señora de 89 años de edad nacida en Utuado, Puerto Rico. La tarde del martes le pregunté sobre que recordaba o si sus padres le habían contado algo sobre el huracán San Felipe en 1928 y me dijo “¡Bendito! mija para ese entonces yo tenía 4 años, no me acuerdo mucho de ese huracán, pero recuerdo que una vez le pregunté a mami y me contó que para aquel entonces nosotros vivíamos en una casa de yaguas con tres de mis hermanos; ella me dijo que mi papá tuvo que amarrar los calderos por 3 días para poder cocinar - Doña Lulú me dice riendo “pero tú sabes cómo era el jibaro de exagerao” – y que cayó un tronco de aguacero que tuvimos que correr a la casa de mi abuela para protegernos del huracán y el tronco de aguacero que estaba cayendo” doña Lulú también me contó que su familia perdió todas sus plantaciones, la casa quedó muy devastada y me dice que la mamá llamaba al huracán “San Felipe II” porque este había caído en el día del santo, San Felipe.
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Para el huracán San Ciprián en 1932, Doña Lulú me comenzó a dar un relato muy detallado sobre el acontecimiento “¡Diantre! de ese huracán muchachita, de ese si me acuerdo, me acuerdo como si hubiera sido ayer, tenía 8 años y recuerdo que mi mamá me grito que viera al cielo, pasaba un pájaro llamado la “Tirijilla” este pájaro venia volando del mar, eso nos decía que venía un ciclón. Pero si no más recuerdo bien, eran dos huracanes no solo uno, junto al San Ciprián venia el huracán San Eulogio. Me acuerdo que el palo de flamboyán en el que mis hermanos y yo jugábamos se cayó de raíz. Nunca he podido olvidar cuando vi bajando casas por el lago Dos Bocas y cuando mi papá nos puso a recoger todos los cultivos de café, plátanos, chinas, aguacates y otros porque el huracán había fastidiado todas nuestras plantaciones, terminamos esbarataos”.
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Para el huracán Santa Clara en 1956 me dice; “Pa’ este huracán ya yo tenía 32 años y ya estaba casada, nos enteramos por la radio que venía un huracán. Mi esposo, mis tres hijos y yo decidimos irnos con toda mi familia para casa de la mamá de mi papá. Ella tenía barracas, pero este huracán fue un relajo no nos afectó en lo absoluto, teníamos una casa de cemento pero aun así mi familia, mis padres y mis otros 14 hermanos decidimos irnos para casa de mi abuela y estar en familia. Este huracán no duró mucho; me acuerdo que en casa de mi abuela nos sentamos todos a mirar el huracán. Cuando volvimos a mi casa solo habían hojas por todos lados pero la casa estaba intacta.”
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Doña Lulú me comentó que no recibió ningún tipo de ayuda del gobierno, los vecinos fueron los únicos que se dignaron a ayudarse unos entre otros. “Para aquel tiempo quien tenía finca era considerado rico pero la verdad es que no había ni para zapatos, imagínate 15 hijos” me contó.
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Recordemos que un huracán es un fuerte fenómeno atmosférico que trae aguas y vientos. Imagínese usted en el Puerto Rico de aquel tiempo con aquella vegetación exuberante y además una pobreza inmensa. Las construcciones de esa época eran rústicas pero el jíbaro en su sana sabiduría creo lo que conocemos hoy día como las "barracas" estas eran estructuras de dos aguas, bajas, contaban con una puerta y una ventana, ahí nuestro jíbaro se protegía con su familia de los vendavales del huracán. Luego de pasar el huracán el jíbaro salía a su patio y encontraba su casa destruida. Primero agradecía al Señor y luego lloraba por la tristeza de haber perdido su "castillo". Uno de estos huracanes fue tan fuerte que hubo que amarrar los calderos, pero a veces para cocinar ¿qué? Si el huracán ya se había llevado todos sus cultivos y hasta las gallinas salieron volando. Claro, no todo Puerto Rico quedo así. Para los que atravesaron el huracán esa fue su historia, en otras áreas los ríos se salieron de su cauce afectando a nuestro jíbaro, aunque hay un refrán que dice "A río revuelto, ganancia de pescadores", los pobres jíbaros no podían ni siquiera pescar. Hoy día podemos pensar que el escenario ha cambiado un poco. Bueno, cierto es, las construcciones han mejorado, tenemos agua potable y luz eléctrica, tenemos carreteras asfaltadas, aunque hay que analizar que cuando llega una pequeña ráfaga de viento nos quedamos sin agua ni luz, las gasolineras están hasta el tope de gente llenando los tanques de los carros y vemos rápido a las personas en el supermercado supliéndose de lo “necesario”. Vemos a la gente quejándose porque les falta un poco de agua y luz y la gente enloquece. Ya no saben vivir con lo menos, han perdido la esencia de tener una vida tranquila. Realmente yo prefiero tener la tranquilidad del jíbaro de antes y no el desespero del jíbaro de ahora.
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