Huracán Santa Clara

Entrevista a Doña Hilda Margarita Rivera

Por : Gabriel E. Salazar Pelaez

Estaba en mi hogar hablando con mi familia del proyecto de historia sobre los huracanes que han pasado por Puerto Rico. Durante la conversación, mi padrastro me deja saber que su madre, Doña Hilda Margaria Rivera Rivera, vivió en carne propia la furia y los estragos de algunos de estos fenómenos atmoféricos. La visité de inmediato con mi familia para ver si recordaba las experiencias vividas durante los huracanes del pasado. Luego de saludarla y hablarle de la finalidad de mi visita, le pregunté si se acordaba del huracán San Ciprán. De inmediato, me contestó que no era tan vieja. Me miró fijamente y su rostro reflejaba una tristeza melancólica. Sin saberlo, invadí su memoria de recuerdos desagradables y la noté su rostro compunjido.

La mirada ausente y lejana transportó a Doña Hilda al recuerdo del huracán. Fue el 12 de agosto de 1956 que Santa Clara golpeó el sureste de Puerto Rico y rápidamente cruzó la isla saliendo por Arecibo. Doña Hilda era apenas una jovencita de 15 años, ya que nació en el 1941. Ella vivía con su hermano Cheo (José Rivera) y su santa madre (como le dice Doña Hilda, la Sra. Rosa Rivera). Se lamenta diciéndome que las cosas en aquella época eran bien distintas y que ahora nosotros lo tenemos todo. Doña Hilda me mira fijamente, diciéndome: “Si hubieras visto dónde yo vivía, te hubiese sorprendido”.

En ese momento, comenzó a reconstruir la arquitectura de su barrio y me dijo que al norte de la Marginal Víctor Rojas había muchos callejones que llegaban al mar. Había pequeñas casas de madera, algunas techadas en zinc pero casi ninguna tenía piso. El suelo de las pequeñas viviendas era la arena de la costa. Las puertas eran de tela de saco y el respeto de aquella época era inmaculado. Nadie entraba sin permiso a las pequeñas viviendas. “Eran otros tiempos, había mucho respeto”, me dijo . Su familia alquilaba una casita de dos cuartos por una mensualidad de $8.00.

Doña Hilda recordó con suma tristeza que ese día su madre salió a trabajar dejando a los hermanos solos. Su madre trabajaba planchando ropa a dos centavos la pieza. Ella me cuenta que de repente el mar cambió y empezó a subir y que jamás en la vida había sentido la furia del viento de igual manera. Todos los vecinos empezaron a subir hacia el almacén, El Molino Rojo. Doña Hilda desesperada y aterrorizada, siguió a sus vecinos en compañía de su hermano para refugiarse. Mientras tanto veían como el mar y el viento se trababa y les arrebataba todo lo que tenían.

Cuando la madre de Doña Hilda llegó del trabajo no encontró nada donde antes estaba su casa. Mas tarde, encontró a sus hijos refugiados en el Molino Rojo. Una familia les brindó refugio en un corral de gallinas debajo de la casa a los tres. Allí dormían Doña Hilda y su hermano. Cuenta Doña Hilda que su madre se quedaba en vela toda la noche protegiendo a sus hijos. Estuvieron ahí varios días mientras llegó la ayuda del gobierno.

El gobierno los refugió en la escuela intermedia Thomas Jefferson. Entonces ahí mejoró un poco la situación. El gobierno le daba a cada persona un “ticket” a cambio de una comida al día. Las víctimas de desastre se paraban en largas filas frente al Restaurante El Hípico para reclamar la única comida del día.

El alcalde Dario Goitía, informó a los damnificados que le cedería unas parcelas para que pudieran construir sus nuevos hogares, lejos del mar y más seguros. Justo cuando la familia Rivera pensaba que iban a estar mejor, nuevamente fueron víctimas de la injusticia.. A todos sus vecinos le dieron la parcela y la ayuda necesaria para construir una casa en cemento. Sin embargo, ellos no corrieron con la misma suerte. El gobierno no los quiso ayudar porque no había un jefe de familia. Debido a que, la madre de Doña Hlda era viuda, el gobierno no quería brindarle ayuda. Los dirigentes gubernamentales consideraban que no había posibilidad de que pudieran construir una casa sin un hombre en el hogar.

Gracias a un buen vecino, Don Chaurín, esposo de Doña Monín, el gobierno accedió a entregarle una parcela a la familia. Don Chaurín se comprometió a ayudar a la madre de Doña Hilda a construir su hogar. Aún con la ayuda de Don Chaurín el gobierno no les proveyó los materiales necesarios para que pudieran construir su nuevo hogar. Sólo les cedió la parcela sin materiales. La madre de Doña Hilda tuvo que ir a recoger las tablas de madera y el zinc que el mar devolvía a la playa para así poder darle un techo a sus hijo.. De esa manera hicieron un rancho de cuatro paredes donde dormían, comían y se bañaban. Solamente tenían luz y el agua tenían que buscarla en una pluma pública.

Me cuenta Doña Hilda que se tardaron mucho en recuperarse de la pérdida. Se demoraron años ya que no se habían podido preparar con anticipación. Ellos no sabían que vendría un huracán, ya que no tenían radio ni televisor. El mar los sorprendió y lea arrebató todo lo que tenían.. Es impresionante que con esa experiencia Doña Hilda se siente agradecida a Dios de estar viva y me cuente con tanta serenidad esta historia.

Tuve el placer de entrevistar a Doña Hilda Margarita Rivera Rivera. La historia oral es muy distinta a la escrita porque la anédota oral le da un aspecto personal e íntimo a la narración. La historia nos dice que el huracán Santa Clara fue el primero del Atlántico Norte que tocó tierra en Puerto Rico en 24 años. Los daños a Puerto Rico fueron notables; 15,023 casas fueron destruídas, se reportaron daños en los cultivos, $40 millones en daños y 16 muertes. Puerto Rico se declaró como zona de desastre por el gobierno federal.

En conclusión pude ver, comparar y revivir una parte trágica de nuestra historia. Doña Hilda me trasladó al pasado a través de su historia personal. Me sorprendió e indignó la mentalidad patriarcal del gobierno al solo ofrecerle ayuda a aquellos hogares que contaban con una figura masculina. Yo he tenido la suerte de nunca haber experimentado una situación parecida a este huracán u otro fenómeno natural. Hace mucho tiempo no ocurre un desastre como el de Santa Clara que desprendió a sus habitantes de sus necesidades básicas y les arrancó la compañía de sus seres queridos. Sólo espero que la naturaleza sea generosa con nuestro pueblo.

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