¡Qué vientos!

Entrevista a la Sra. María del Carmen Rosa Rivera

Por: Abner Y. Rodríguez Rivera

A lo largo de la historia de nuestro Puerto Rico, han pasado un gran número de huracanes que dejaron sus huellas. Son muchos los protagonistas que guardan un sinnúmero de memorias y anécdotas. Anécdotas que seguirán pasando de generación en generación. Algunas quedarán plasmadas en los libros de historia, otros serán narradas por aquellas personas que tuvieron la experiencia de ser partícipe, de cada uno de esos eventos atmosféricos.

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Así lo demostró mi bisabuela materna, María Del Carmen Rosa Rivera, al hacerle una entrevista que se tornó en una conversación divertida, emocionante y contagiosa. No dudó en contar todo lo que sabía y hacerme sentir parte de su historia.

Muchos de los datos ofrecidos sobre cada huracán, guardaban semejanzas con relación al impacto sufrido y los daños materiales. Recordó a San Ciprián en el 1932 cuando tenía 10 años y a Santa Clara en el 1956 cuando ya tenía 30 años. Sin embargo, aunque para San Felipe (1928) tenía apenas dos años de nacida , se expresó con mucha seguridad sobre todo lo que decía del mismo.

Enfatizó que Santa Clara fue el más débil de los tres y que para dicho temporal ya había medios de comunicación, agua potable y ya recibían ayuda de FEMA. Se enteraron de la misma a través de la radio y pasó a las 10:00 am. Para este huracán ya tenía cuatro hijos. Se refugiaban en las barracas.

Sin embargo, para San Ciprián y San Felipe se enteraban por otros medios, por las banderas. Dichas banderas las colocaban en el municipio. Su papá y su tío tenían que bajar hasta el municipio para ver las banderas en el techo. Se utilizaban cuatro colores de banderas; blanca, amarilla, roja y negra. La blanca la colocaban cuando ya se estaba acercando el huracán. La amarilla la ponían casi al azotar. La roja era sinónimo de peligro y la negra cuando ya había pasado todo.

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Aunque San Felipe fue categoría 2 y San Ciprián categoría 1, ambos ocasionaron un desastre en Puerto Rico. Hubo desolación, animales muertos y las casas de pajas fueron destruídas por el fuerte viento y las lluvias imparables. La agricultura fue pérdida total. Al siguiente día tenían que resembrar los hijos de guineos y de plátanos. Durante la tormenta, comían panas dentro de las barracas. En ocasiones tenían que aguantar la barraca porque el viento la quería arrancar.

Al culminar el huracán, el municipio salía anunciándolo a través de sirenas. Cuando pasaba el huracán, se sufría mucho porque se perdía todo el fruto sembrado. Tenían que comer lo que encontraban y buscaban agua en el pozo. Duraron aproximadamente un año en recuperarse para cada uno de los huracanes. El municipio les daba el mantengo.

Sin lugar a dudas, al escuchar cada una de estas narraciones nos debemos sentir dichosos porque tenemos la oportunidad de compartir con los protagonistas y porque tenemos grandes adelantos para estar preparados antes, durante y después de cada fenómeno atmosférico.

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