Temporal, hospitalidad y humildad

Entrevista a la Sra. Irma Vargas Matos

Por: Ramdie Bermúdez Morales

Para doña Irma Vargas Matos, de 87 años, la experiencia con los huracanes que azotaron a Puerto Rico no fue tan desastrosa como para la mayoría de los puertorriqueños. Irma nació el 30 de agosto de 1926 en el pueblo de Utuado. Aquí se crió con sus diez hermanos (ocho hembras y dos varones) y sus padres Francisco Vargas Rivera y Amanda Matos. Francisco era comerciante y Amanda ama de casa. Según me cuenta Irma en aquella época pertenecían a la clase media alta. Vivian en el pueblo, mejor que la mayoría de las familias del campo. Su casa era en madera con el balcón en cemento. En ese tiempo la mayoría de las casas eran de paja y las de madera le pertenecían a las familias más adineradas. De los diez hermanos Irma fue la única en asistir a la universidad. Con un adiestramiento de verano y un semestre en la universidad se convirtió en maestra. Ella me cuenta que para ser maestra en aquella época no se requerían tantos años de estudio. En el 1945 obtuvo su primer trabajo como maestra en una escuela elemental situada en el barrio Sabana Grande de Utuado. Desde entonces trabajó en la mayoría de las escuelas de Utuado y nunca se ha mudado de este pueblo.

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Cuando le pregunté sobre el huracán San Felipe (1928) me dijo que no se acordaba porque apenas tenía dos años, pero que sus padres le habían contado algunas cosas. Le contaron que fue el huracán más fuerte en azotar la isla y que la agricultura se vio muy afectada. Se vio tan afectada que le conocían como el huracán “arranca batatas”. También me dijo que para aquel tiempo no había mucho progreso, las casas eran de paja y no tenían servicio de agua y luz. Que para bañarse y lavar ropa buscaban agua en ríos y quebradas y que por las noches usaban faroles, velas y quinqués para alumbrarse. Fueron tiempos muy difíciles para los puertorriqueños, sobre todo para las familias pobres que lo perdieron todo. Pero la gente de campo siempre se ha caracterizado por su hospitalidad y por darle la mano al vecino cuando lo necesita, así salieron adelante.

Del huracán San Ciprián se acuerda más porque ya tenía siete años. Me contó que ya para este año se veía progreso en Utuado. En el área del pueblo habían más casas de madera y cemento aunque todavía se veía mucha pobreza en el campo. Se enteraron que venía un huracán gracias a una persona que enviaban del municipio a las escuelas para informar a maestros y estudiantes. Era responsabilidad de estos dispersar la noticia para que todos estuviesen al tanto y pudieran refugiarse lo antes posible. Muchas de las familias se refugiaron en unas estructuras hechas de madera, yaguas y hojas de palma a las que le llamaban “barracas”. Irma y su familia se refugiaron en su casa porque era de madera y podía resistir los vientos y la lluvia del huracán. La casa de Irma no recibió daños mayores pero no todas las familias corrieron con la misma suerte. Ella me cuenta que muchas de las casas de sus vecinos amanecieron en el piso y que gran parte de la agricultura se vio afectada. Aunque San Ciprián no fue tan fuerte como San Felipe, dejó en muy malas condiciones a la mayoría de las familias puertorriqueñas.

Ya para el huracán Santa Clara (1956) Irma estaba casada y tenía cinco hijos. Vivía en el barrio Caguana donde trabajaba como maestra y su esposo Gilberto Salvá tenía un colmadito. Para este tiempo contaban con servicio de agua y luz. Irma me confiesa que los servicios eran de muy mala calidad; cuando prendía la plancha se apagaba el televisor y viceversa. Al Irma ser maestra y Gilberto comerciante, tenían recursos que la mayoría de las familias utuadeñas carecían. Eva Salvá, hija de Gilberto, estaba presente durante la entrevista y me cuenta que para ellos trabajaba una sirvienta que les ayudaba con los quehaceres del hogar y con los hijos que para ese tiempo eran niños. Gilberto también tenía peones que les ayudaban en lo que necesitaran. Se enteraron del temporal que se aproximaba por medio de la televisión con la que contaban. Las personas más pobres que no tenían ni electricidad ni televisor se enteraron por radios de batería. Eva me cuenta que cuando se empezaron a sentir los vientos Gilberto los metió en su tienda para refugiarse. Cerraron las puertas y le pusieron trancas a las ventanas. Gilberto no solo refugió a los miembros de su familia sino que también dio refugio a varias familias que no tenían donde pasar el temporal. Para Eva que solo tenía siete años, lo más impactante fue la comida que cocinó Irma durante el huracán. La describe como las masitas de cerdo más deliciosas que se ha comido en toda su vida. Le pregunté a Irma sobre los daños que sufrió su casa y me dijo que se había inundado completa, pero que a muchos de sus vecinos, el huracán les derrumbó la casa. A pesar de los desastres naturales y de la adversidad a la que se enfrentaran hubo algo que siempre estuvo presente, la hospitalidad y la humildad entre la gente del campo.

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