Un viaje al pasado: Don Ñeco y San Felipe
Entrevista al Sr. Manuel Pérez Vega
Por: Kimberly Sue Rivera Rosa |
El 2 de noviembre de 2013 visité al Sr. Manuel Pérez Vega de 91 años de edad. Don Neco, como cariñosamente se le conoce, vive en la Hacienda Burenes de Ponce, Puerto Rico. Al llegar a su casa me encontré con un dulce, amable y cariñoso anciano. Al verme se alegró mucho e inmediatamente me reconoció. Sus primeras palabras fueron “Ya Lolo se murió”. Don Neco me conoce desde niña, aunque ya hace mucho tiempo que no me veía. Éste solía pasear a Lolo su perro y siempre hacia una parada en la casa de mis abuelos paternos. Yo le pedía que me dejara pasear a Lolo un ratito y él complacía mi petición. Pero cuando fui a entrevistarlo jamás pensé que este anciano se iba a recordar de esa niñita. Le devolví el saludo, le expliqué el motivo de mi visita y comencé la entrevista.
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Don Neco tiene presente en sus memorias los estragos ocasionados por el huracán San Felipe. Para ese tiempo vivía en el Barrio Pezuelas, en Lares con sus padres y cinco hermanos. No contaban con servicios de agua, ni de luz en el barrio. Para alumbrarse en los caminos por las noches usaban mechones: echaban gas en una botella de vidrio, le hacían un tapón de trapo o de papel y movían la botella para que se mojara la mecha. En la casa utilizaban ollas con carbón y tenían que estar constantemente observándolas para mantenerlas prendidas. Buscaban agua en los ríos, manantiales y en pozos naturales. Para ese tiempo existían muchos pozos de agua, a los que la gente del campo les decía “lágrimas de Dios”. Hoy en día, en algunos lugares del Barrio Tibes, todavía quedan algunos, pero han sido olvidados y se les sigue llamando ‘’lagrimas de Dios”. Contienen agua fría y clara aunque el pozo tenga limo. Este es un dato que he podido constatar en mi carácter personal.
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Según su relato para ese tiempo las personas presentían que venían tiempos malos o de tormentas por cambios que ellos veían o notaban en la naturaleza. Una de estas señales las daban unos pájaros a los que él llama “rabo juncos” y las ranas cuando cantaban de día, cosa que solían hacer durante las noches. Otro aviso, pero ya cuando se estaba acercando el huracán, era que el cielo se veía obscuro y comenzaban a sentir vientos un tanto fuertes. Prácticamente no tenían mucho tiempo para preparase. Recuerda que en esa ocasión su papá fue quien les avisó que presentía que se acercaba un huracán.
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Permanecieron en el hogar, no se prepararon porque no pensaron que seria tan fuerte y no tuvieron mucho tiempo a su favor para hacerlo. Casi tres cuartas parte de la casa se llenó de agua. El viento se llevó una parte del techo de zinc. A don Neco lo treparon encima de una tabla para protegerlo.
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No hubo daños mayores en cuanto a su residencia, sólo por el agua que entró a su casa y la plancha de zinc que se llevó el viento. Los vecinos quedaban distantes unos de otros por lo que no podían auxiliarse entre ellos. Las fincas quedaron totalmente destruidas; sus cosechas de azúcar, café, caña de azúcar, ñame y guineos se perdieron. Los caminos quedaron completamente cerrados, quedando incomunicados entre sí. Buscaban camino a través de los montes. Cuenta don Neco que para ese tiempo no existían los hospitales, lo que había eran clínicas. Recuerda que hubo muchos muertos, pero su edad no le permite recordar cuantos. Los daños fueron de tal magnitud que la gente decía que ese huracán era como el dedo pulgar de la mano de Dios; era como si las puertas del cielo se hubieran abierto. Así de fuerte tiene que haber sido. En investigación realizada aparte, el huracán San Felipe fue categoría V. Cruzó la isla de suroeste a noroeste con sobre 165 millas por hora, ocasionando alrededor de trescientas muertes.
La única ayuda que recibieron fue del gobierno que los ayudó, según palabras de don Neco, dándoles un socorro. Este “socorro” en realidad consistía de un vale para comida, el cual constaba de una saco lleno de pan, harina de maíz y galletas de agua. Reconstruir sus casas y sus fincas dependía de ellos mismos.
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Al preguntarle a don Neco si tenía algún recuerdo de los huracanes San Ciprián y Santa Clara, ocurridos posteriormente al de San Felipe, éste dice no tener recuerdos al respecto. Tal vez por los impactantes estragos ocasionados por San Felipe; o quizás porque le tocó vivirlo muy de cerca sean las razones por la cual este fenómeno natural permanece vivo en sus memorias. Lo cierto es que a los 91 años muchos eventos se borran y la mayoría de las veces en el álbum de los recuerdos suelen quedar los más lejanos o aquellos acontecimientos que más impactaron o estremecieron la vida de estos adorables ancianos.
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Entrevistar a don Neco ha sido una gran experiencia educativa. Escuchar la sabiduría con la que se expresa y cuenta sus anécdotas es algo admirable. Pero aun más admirable es dialogar con una persona que a su legendaria edad y pérdida de audición, pueda recordar un evento tan importante y triste al mismo tiempo. Llama mi atención el que después de un desastre de tal magnitud eran la misma gente, el mismo pueblo el que se levantaba de su desgracia para volver a surgir nuevamente, reconstruyendo sus viviendas y sus fincas, si así lo deseaban. No tenían ayuda del gobierno, como la tenemos actualmente. Don Neco dice con tristeza que las personas hoy día no hacen mucho por trabajar y levantar las fincas de nuevo. Agradecida me despedí de don Neco, quien con la cortesía que lo caracteriza, me extendió una invitación para visitarlo nuevamente.
Mi hermana me acompañó en este viaje al pasado y al igual que yo, lo disfrutó muchísimo. Una vez terminada la entrevista, mi abuelo nos dio un recorrido por el campo y en el trayecto continuó el viaje al pasado, iniciado en la casa de don Neco.
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