La noche que murió”

Por: José Mejías Ramos

Me cuenta la señora Irma González , la cual entrevisté en mi Barrio Roncador, que ella recuerda exactamente esta leyenda a la que todo el mundo llamó “La noche en que murió”. Los vecinos le contaban que se trataba de un hombre al cual ellos veían todos los días o más bien, entrada la noche. Se trataba de un hombre que vivía en el barrio, pero que había muerto muchos años atrás. Todavía se me eriza la piel escuchando el relato de esta señora, una mujer de 85 años, encorvada por los años, con rostro amable y carácter difícil, pero ágil para muchas cosas y más para recordar. Ella me dice que cuando llegó a vivir al barrio, todos los vecinos le decían que en una de las cuevas del barrio aparecía un hombre con un bebé en los brazos que supuestamente era su nieto ya muerto y que alegadamente su hija había dado a luz a ese bebé enfermito y lo tenían que llevar al hospital. Cuando la gente lo veía se detenían y hablaban con él (muerto) y éste le decía que si le podían dar pon para ir al hospital. La gente le daba el pon que él le pedía y cuando iban de camino para llevarlo, este desaparecía, pero hablaba con las personas. Lo describían a la perfección, pero el hombre cambiaba de forma súbita de ropa y calzado cada vez que se estacionaba una nueva persona. La gente que se detenía para ayudarlo lo veían tan real que no dudaban en hacerlo.

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Por lo que me cuenta la señora y por lo que ella sabe y recuerda fue que el bebé murió de una enfermedad terminal, pero que no recuerda con precisión cuál fue la enfermedad. La partera que los asistió en ese momento era reconocida en el barrio como Altagracia y llevaba muchos partos en sus manos. Esta la atendió en todo el parto, pero nunca se supo que el niño ya venía con una enfermedad que le costaría la vida porque el bebe pesó casi 10 libras y midió unas 23 pulgadas. Estaba súper saludable. Pero como no había ginecólogo para las personas del campo y tampoco contaban con un hospital cercano tenían que conformarse con la partera. Esta, a su vez, no había estudiado para asistir los partos, pero tuvo que aprender de sus familiares y se dedicó a eso hasta que murió.

La mamá del bebé lo llamó Pedro. Pedro solo duró unos cuantos días vivo ya que en ese tiempo la transportación y los hospitales eran escasos y demasiado costosos para ellos cubrir todos esos gastos. Cuando el bebé se puso grave, el abuelo hizo todo lo posible por llevarlo al hospital y en el transcurso de esto, el bebé murió en sus brazos. Para el Abuelo eso fue tan fuerte y traumático que terminó por quitarse la vida lanzándose por un risco del barrio, que es en la cueva donde supuestamente sale su alma.

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Igualmente le pregunté a ella si era supersticiosa y me dijo que sí porque sus padres eran supersticiosos y le decían cosas al respecto. Ellos le inculcaron eso. Yo seguí indagando qué cosas les decía y ella me dijo que el que matara a un gato en un accidente automovilístico tenía 7 años de mala suerte. No debía pasar por debajo a una escalera porque eso daba mala suerte. Otra superstición que mencionó era que si una bruja te dejaba excremento en tu casa de color anaranjado era que no te quería en el barrio y que te iba a seguir hostigando hasta que te fueras de ahí.

También me dijo que es una costumbre dar tres golpes a una madera cuando hablamos de las cosas buenas que nos pasan. “¿Sabes por qué se dan tres golpes?”, me preguntó. “Para hacer ruido y que la mala suerte no escuche la buena suerte que tenemos.”

Otra superstición famosa era que si le barrías los pies a una muchacha soltera, era mala suerte. Se decía que entonces no se casaría. Que se te aparezca una mariposa negra dentro de tu casa decían que eso significaba que un ser querido tuyo iba a morir. Esto casi siempre ocurría.

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Lluvia y sol: Se solía decir que si llovía y estaba soleado al mismo tiempo, una bruja se estaba casando en esos momentos. Aún es estos tiempos se escucha decir eso. Ella lo recuerda y lo sigue creyendo.

Los tres ajos: Esta superstición era popular entre las jóvenes solteras. Con el propósito de saber el estatus económico de quien sería su marido, la joven colocaba tres dientes de ajo bajo su almohada. Uno se dejaba sin pelar, el otro se pelaba a medias y el tercero se pelaba totalmente. Luego de dormir sobre la almohada toda la noche, la joven introducía la mano debajo de la almohada sin mirar y sacaba uno de los dientes de ajo. Si ella sacaba el pelado, su marido sería pobre, si sacaba el que estaba a medio pelar, su marido sería de recursos moderados y si sacaba el que aún conservaba la cascara entera, su marido sería rico. Esta superstición me llamó mucho la atención porque nunca en mi vida la había escuchado y ella me lo dijo. Lo tuve que buscar por Internet y fue exactamente lo que ella me había compartido. Estaba intrigado. Le pregunté si ella alguna vez la practicó y me dijo que no. Le inquirí por qué, a lo cual ella me dijo que no creía mucho en esta superstición, pero que tuvo amigas que lo hicieron y en algunos casos no funcionó, pero otros sí.

También me contó que cuando los gallos que estaban toda la noche cacareando esto significaba que alguien iba a morir en el barrio. Conoció personas que amanecían muertas después de que los gallos cacareaban.

A los nenes con hipo se les colocaban hilitos o pestañas mojadas con saliva, sobre la frente y se les curaba el malestar. A los más grandes se les quitaba tomando agua por el lado contrario al que sostenían el vaso comúnmente.

. No se arrojaba el pan viejo sin antes besarlo porque muy posiblemente algún día haría falta. Si lo besaba, Dios siempre les daría pan.

Para los recién nacidos, había que regalarle una manita de azabache para contrarrestar el mal de ojo, había que vestirlos de amarillo la primera vez que salían a la calle para la buena suerte.

Si te das un codazo, recibirías visita.

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