Misterios de Jayuya
Por: Ingrid Rivera Pérez y Wilmer Rivera Guzmán |
En el bello pueblo de Jayuya, entre las altas montañas y luego de varias curvas, se encuentra la casa del Sr. Jaime R. Rosario García. Cuando llegamos a la calle Julio Grau de la Urbanización Vega Linda vemos al final de la misma esta casa un poco misteriosa de madera con su techo en zinc. Mientras nuestro auto en marcha se acercaba más a la casa, nos sentiamos nerviosos porque nunca habiamos realizado una entrevista de esta naturaleza. Al llegar a la pequeña casa, la cual lucía un poco abandonada nos bajamos del auto y sin llamarlo aún, él salió de su casa con una gran libreta de apuntes, pues ya nos esperaba. Mientras coloca dos sillas de metal junto a una pequeña mesa nos dice: “Adelante jóvenes, siéntense.” Él también se sienta en otra silla a nuestro lado. El hombre lucía muy interesado en conversar con nosotros lo que él sabía. Comienza diciendo: “En las universidades deben darle a los estudiantes más trabajos de este tipo, ya que no sólo tiene un valor para la clase, sino que tiene un valor para ustedes como personas, porque es importante adquirir conocimientos más allá de lo que puede enseñar un profesor en un salón.”
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El Sr. Rosario comienza a hablar sobre unas entrevistas que el realizó hace muchos años a personas mayores de 80 años y lo que encontró a través de las mismas fue que la mayoría de las leyendas existentes están basadas en entierros. Un entierro es cuando una persona va acumulando su dinero, que antes no era en papel, sino en monedas reales y lo colocaban en unas vasijas de barro, llamadas botijuelas, que luego enterraban en la tierra. La avaricia o el deseo de que nadie sepa dónde está ubicado el dinero es lo que provoca que la gente crea que el espíritu de esa persona ronda el área para que nadie se acerque al lugar. Otra versión de este tipo de historia es que el espíritu se le aparece a alguien y le pide que busque en algún lugar en específico. La mayoría de las leyendas son en lugares claves o importantes de la comunidad, no en cualquier lugar.
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Luego pasó a contarnos sobre un personaje de su comunidad en el Barrio Coabey en donde don Jaime Rosario se crió, y al que todos conocían por el nombre de tío Monchy, aunque realmente no era su tío. Según él, este hombre tenía grandes dotes de inventar cuentos. Regularmente se sentaba con los niños del barrio los jueves en la noche a contarles diferentes historias, porque él recuerda que los viernes se iba a beber y al otro día aún con los efectos de la borrachera se tomaba una cucharada de manteca ̎ lechoncito ̎ para curarse la “crudita” o el malestar que le causaba la “juma” que cogía. La mamá de don Jaime le pedía que no se tomara eso y le hacía una sopita, pero el tío Monchy aún así se tomaba su remedio asegurando que eso le hacía bien y luego la sopita.
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El tío Monchy tenía en un lugar en el monte, en la parte de la finca más profunda, un fogón en el cual cocinaba su comida cuando se iba a trabajar para la finca y estaba todo el día metido en el monte talando, recogiendo café, sacando yautías y cortando guineo. Ese lugar que era como una rancherita que él había hecho y la cubría con hojas del mismo guineo y lo tenía bien acondicionado. Su familia quienes vivían cerca, luego de que él murió, juraban y perjuraban que éste tenía un entierro en ese lugar y decidieron ir a buscar el dinero porque el espíritu del tío Monchy se les apareció y se los dijo. Pero, según ellos, buscaron y buscaron y no encontraron nada.
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Cuando el tío Monchy vivía, y don Jaime era tan sólo un niño, él recuerda que él y todos los niños del barrio se sentaban a su alrededor a escuchar sus cuentos. Casi siempre lo que contaba eran historias de terror y que tenían que ver siempre con el diablo. Tío Monchy era un hombre que conocía la Biblia, pero esos niños de 7 a 8 años no sabían mucho de este libro sagrado. Él también tenía mucho conocimiento de santería. Una de las historias que don Jaime recuerda con mucha claridad es la de un hombre en un cruce de camino que le quería vender el alma al diablo porque necesitaba dinero y logró hacer el trato a cambio de lo que quería, que era dinero. Un día el diablo vino a buscar el alma de este hombre, estaba muy asustado, clamó al cielo y de repente se le apareció un ángel, el cual le dijo que hiciera un círculo grande en la tierra con muchas cruces dentro y se parara en el medio del círculo para que el diablo no pudiera llevárselo. Cuando el diablo llegó, comenzó a gritar, a morderse, a rabiar de la molestia tan grande que tenía porque no podía llegar a tomar el alma de aquel hombre que había hecho el trato con él.
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Es con historias como ésta que don Jaime recuerda que él y los demás niños comenzaron a creer y entender todos estos conceptos del mal y del bien, de la existencia del diablo y los ángeles.
Por otro lado don Jaime hizo una entrevista en el sector Las Arenas, en la cual le contaron de un señor que había hecho un pacto con el diablo por una mascadura de tabaco, ya que tenía tal adicción por el mismo y se encontraba sin dinero para comprarlo. Este señor le pidió al diablo que si se encontraba con una mascadura de tabaco, le entregaría su alma. Luego de hacer este llamamiento, en la desesperación llega una sombra volando, lo agarra y lo deja caer en un área con muchas espinas y él salió todo rasguñado y herido. Desde ese momento nunca se repuso, se lastimó su espina dorsal y caminó cojo toda su vida hasta que murió.
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Otra historia muy interesante que don Jaime nos contó se remonta a los años 30, por el Barrio Saliente, donde vivía este señor, llamado Cándido González quien era un hacendado y cuando murió su espíritu se quedó rondando por el área y se le aparecía a caminantes solitarios que por allí pasaban. Los que lo vieron contaban que aparecía fumándose un cigarro con los ojos rojos bien brillantes y comenzaba a caminar junto a ellos. Se cuenta que este hombre cuando vivía le daba a las mujeres lindas cortes de café y les pedía a cambio favores sexuales.
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Según nuestro entrevistado: “A través de la historia vemos como desde 1700-1800 los dueños de fincas, hacendados, tendían a desarrollar historias de terror para evitar que los arrimados que trabajaban para ellos salieran en la noche a robar los alimentos de la finca. Las palabras “asorar”, “aguaje”, “temerle a la oscuridad” y no salir de noche, vienen a nosotros desde estos tiempos en que los hacendados sólo por la avaricia de tener todo para ellos inventaban estas historias para aguantar la gente en sus casas. Por otro lado, a través de esto se crean mitos y leyendas sobre estos avaros que sus espíritus se quedan en estas fincas o en sus áreas como sentido de pertenencia del lugar. Desde los taínos traemos esa creencia de no salir de noche porque podemos encontrarnos con los muertos que salían en la noche y los identificaban porque tenían ombligos. Ellos no salían solos de noche, ni se quedaban solos en el monte.”
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Sobre las supersticiones don Jaime desde pequeño las escuchaba de su madre, abuela y tías, como por ejemplo: cuando una mariposa negra revolotea alrededor de día se dice que significa una muerte de algún familiar o también lo mismo con un abejón negro. Hay personas que hacen algún tipo de movimiento en símbolo de rechazo a esta aparición. También el tocar la madera te ayudaba a atraer la buena suerte para que te suceda algo que deseas o para evitar una desgracia de la que se habla. Otra superstición que don Jaime recuerda de su niñez es que cuando su padre iba a matar un cerdo le pedía que se fueran para adentro de la casa, ya que si se le coge pena, el cerdo se queda agonizando y no se muere. También recuerda que su madre le decía que cuando se le hace un piropo a una persona, se le tiene que echar la bendición de Dios porque si no le echas mal de ojo, en especial a los niños. Otra creencia es la famosa “muerte chiquita”, que es cuando te da un escalofrío sin ninguna razón justificada, esto significa un aviso para que recuerdes que estás vivo y en algún momento te irás. También recuerda que su madre tenía guardado su ombligo de bebé dentro de una Biblia y ella le contó que esto se hacía para iluminar el pensamiento de ese ser que comenzaba la vida y guardarlo de los males, pero su padre se lo botó, ya que aseguraba que esto podía ser utilizado también para maldiciones o brujerías.
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Don Jaime cuenta que antes nacían mucho los niños por comadronas, de hecho así nació él, y que ellas decían que cuando una mujer en el embarazo tenía muchos dolores y síntomas de aborto, esto era una maldición que le habían echado y ellas le llamaban engendro o malformación. Colocaban una vasija llena de leche de una vaca pinta y la mujer tenía que sentarse sobre la vasija para que el feto bajara a tomar leche y así poder disponer de él y enterrarlo o deshacerse de él.
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