El más sabio de la tierra

Por: J’van G. Chinea Barreiro

Desperté la mañana del sábado 20 de octubre del año 2012 con el sonido ensordecedor de una alarma que había programado en mi “tablet” para que sonara a las 6:25am. Mientras me preparaba para ir a la iglesia daba gracias a Dios por ese nuevo día y recordé que era mi cumpleaños. Luego pensé en qué podía autorregalarme (porque como de costumbre, todos mis familiares y amigos cercanos me obsequiarían algún detalle, y el que no, al menos me felicitaría). Mientras aun me preparaba, BUM!, llegó a mi mente, casi como si también lo hubiese programado para ese día, el recuerdo de que tenía que realizar un trabajo de historia oral que la Dra. Sandra Enríquez Seiders, profesora del curso de “Historia de Puerto Rico” en la Universidad de Puerto Rico en Utuado, nos había encomendado. Era una entrevista y tenía que hacérsele a un anciano agricultor sobre las técnicas de cultivo de nuestros antepasados. Esta tarea se apoderó de mi mente y se mantuvo ahí justo hasta el momento antes de entrar en la iglesia, cuando decidí dejar afuera todo pensamiento que me obstaculizara concentrar en la palabra de Dios.

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Sr. Juan Ramos y junto a J'van G. Chinea Barreiro

Al salir de la iglesia, y esta vez, casi como si estuviera esperándome en la puerta, regresó a mi cabeza este pensamiento haciendo que se me olvidara mi cumpleaños y hasta las felicitaciones que había recibido de mis hermanos en la fe. Llegué a mi casa con esa idea, almorcé con esa idea, me bañé con esa idea y Salí con esa idea hasta llegar frente a la casa de don Juan Ramos, la cual está ubicada en el barrio Santa Isabel de Utuado, específicamente en la carretera 600 y en el kilometro 7.6. Allí se encontraba la figura de este hombre anciano puesto en pie, robusto para su edad, el cual me pareció andar entre los 70 a 75 años. Su cabello estaba completo y era muy blanco, reflejando una gran sabiduría. Sus ojos, aunque cansados, parecían querer decir todo de lo que habían sido testigos y eran de un color azul cerúleo como el típico cielo puertorriqueño. En su rostro yacían las zanjas que la lluvia de los años le habían grabado cual surcos en la tierra. Sus manos lucían firmes y trabajadoras pues los cayos y las cicatrices parecían no tener fin.

Una vez frente a la casa, luego de observarle brevemente, pregunté: ¿Es usted don Juan Rosario? A lo que me respondió, en son de broma, “no soy yo ni le conozco, pero si al que en realidad buscas es a Juan Ramos ese es este servidor. ¿Qué desea?” Pasmado le dije: “disculpe usted mi equivocación, si lo buscaba a usted”. Comencé a contarle del trabajo de la universidad y accedió a la entrevista con muchísimo entusiasmo, tanto, que me dio la impresión de que había querido contarle sus vivencias a mucha gente y nadie se había tomado la molestia, o mejor dicho “el honor”, de escucharlo.

Había olvidado presentarme, lo cual hice de inmediato, y aproveché para que me dijese su nombre completo, el cual me dijo era don Juan C. Ramos Quintana. Se quedó en silencio unos segundos y dijo: “En realidad me llamo Juan de la Cruz Ramos Quintana, pero siempre he dicho Juan C. porque me gusta mas y de hecho así firmo”.

Como ya había comenzado formalmente la entrevista, tímidamente le pregunté su edad, a lo que me respondió muy orgulloso: “Tengo 84 años y nací un 27 de marzo de 1928 en el barrio Bartolo de Lares cerca de la carretera 128 al lado del lago.

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¿Es usted agricultor? Pregunté con un poco de vergüenza porque se veía a leguas que lo era. Y me respondió: ¡Y a mucha honra! También me contó que había tenido muchas otras profesiones como el comercio y los servicios públicos. Cuando le pregunté desde cuando era agricultor, me dijo que casi desde que nació porque su papá lo llevaba junto a sus hermanos a la finca desde pequeñito porque tanto su papá como su abuelo poseían fincas y en ese tiempo se vivía de la agricultura. Entre otras cosas me contó que su abuelo tuvo 5 hijos varones a los cuales construyó 5 casas en su propia finca con la condición de que trabajaran para él. Me dijo: “Nadie cobraba dinero (sonrió, dejó escapar de sus labios un ligero suspiro de indignación y prosiguió) como hace la juventud de hoy día que cuando sus padres le piden algo dicen: “Claro que si, dame $10.00 y lo hago”. Añadió que antes las cosas eran diferentes, que sus padres le daban todo pero ellos los ayudaban. Dijo que sembraban batata, ñame, yautía, gandules, maíz, habichuelas y todos los frutos menores.

Luego llegó la parte más difícil de la entrevista, la cual era comprobar cuanto realmente sabía este hombre sobre las técnicas de cultivo de nuestros antepasados, y debo admitir que no estaba muy seguro de estar hablando con la persona adecuada. Pero decidí continuar y ser positivo. Tomé una respiración profunda y pregunté: ¿Conoce usted la técnica de ahoyados de mina? A lo que respondió: “Si” (¡vamos bien!, pensé) “Esta técnica se la enseñó mi abuelo a mi papá y yo la uso. Abuelo decía que los indios la utilizaban también. Es fácil- dijo- tú vas a las lomas, haces hoyos y ahí recoges toda la basura orgánica de la finca y la hechas en esos hoyos. Después haces zanjas de aproximadamente 4’x 6’ en forma escalonada para que al llover se quede ahí toda la hojarasca para echarla en los hoyos”.

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Luego pregunté: ¿La técnica llamada “montones”, la conoce? Luego de pensar un poco contestó: “Oh si, por lo menos lo que yo conozco como “montones” es que cuando se tala un terreno se deja la basura en las canales entre lo que se siembra para que mientras se pudra sirva de fertilizante”.

¿Qué sabe de la técnica de terraza? Volví a preguntar y me respondió: “También la conozco”. En ese momento, su esposa, quien me pidió que no colocara su información personal en este escrito, comentó: “!Ay bendito mijo si mi esposo es un sabio de la tierra y la agricultura!” Todos reímos y don Juan continuó diciendo que aplicaba esta técnica con el café, picando el terreno de en frente y formando una media luna para aplicar el abono detrás de la media luna y evitar que la lluvia lo arrastre y además para que la misma no lave el tronco del árbol dejándolo al descubierto.

Entre los frutos que siembra don Juan están el café, el plátano y el guineo. Aunque el guineo no tanto porque no tiene mucha venta sino solo en navidades. Don Juan mezcla el café con el plátano para que la sombra del plátano evite el crecimiento de la hierba y estimule el del café en busca de la claridad. Además rechaza la recomendación del gobierno sobre sembrar el café a 4’de distancia por lo incómodo que se hace y asegura que, como mínimo, debe hacerse a 5’.

Don Juan no tiene secretos pues a todo el que le pregunta le ayuda. Me dijo que es mejor sembrar el café arrancándolo de la tierra y no comprándolo porque ahora viene en unas bolsas que le “apiñan” las raíces, detienen su crecimiento y acortan su tiempo de vida. Me contó que tiene unos arboles de café con más de 50 años.

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Con relación al tiempo ideal para la poda me advirtió que debía ser en invierno si era significativa o iba a trasplantar. De no ser así podía ser en cualquier estación pero siempre había que tomar en cuenta el tipo de planta.

Hoy en día don Juan utiliza los fertilizantes que antes no necesitaba. Según dijo, antes la tierra que hoy es árida era fértil. Utiliza tanto fertilizante químico como natural (composta). Su papa y su abuelo utilizaban estiércol de caballo. Lo dejaban en la tierra durante un año y luego lo recogían para aplicarlo a la siembra.

Al final de la entrevista don Juan se lamentó de que la mayoría de los agricultores han dejado las fincas perder, aunque aclaró que la culpa no es de ellos sino del gobierno que ha limitado las ayudas en pos de darle énfasis a otras cosas que no son de prioridad. “Tú como joven”, me dijo mirándome fijamente, “no debes permitir que esto siga sucediendo. Promueve la agricultura, enséñala a tus hijos para ver si salvamos a Puerto Rico”.

Luego fuimos a la finca y continuamos hablando por horas cosas que no podría escribir porque no acabaría. Me fui a casa pensando en esa gran experiencia y con la satisfacción de haber encontrado mi autorregalo.

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